Presentación Centros de Menores

Nos parece necesario profundizar en la realidad de los centros de menores que existen en nuestra sociedad ya que son una forma de encierro y castigo más. Se nos disfraza de reinserctivos y de educativos cuando no son más que espacios de aislamiento y castigo que funcionan para ocultar las miseria que produce este sistema, las desigualdades, la pobreza…

Existen diferentes tipos de centros para menores, los centros de reforma y los centros de protección (de hospicio y terapéuticos); los primeros acogen a menores que han cometido un delito, los segundos no implican una decisión judicial. Los dos tipos de centro albergan menores en exclusión social; se trata de un recurso que ofrecen las diferentes comunidades para jóvenes en situación de desamparo, es decir, el perfil del menor que sufre un internamiento y de la familia de éste se caracteriza por sus escasos ingresos económicos y/o conflictividad familiar y/o condiciones de vida precarias.

Si bien un recurso social está dirigido a transformar problemáticas según  las necesidades, los centros de menores funcionan física e ideológicamente como lugares de encierro, abordando la problemática en términos de culpa y castigo, agravando la situación de los chavales tanto en los centros de protección como de reforma.  En estas instituciones, chicos y chicas viven constantemente controlados (lo que dicen, cómo visten, sus pertenencias…), no tienen ningún tipo de vinculación afectiva con nadie, se encuentran apartados del entorno en el que han vivido siempre y en muchos casos incomunicados con sus familias, aislados en celdas de baja estimulación según su comportamiento, medicados con psicofármacos de forma arbitraria, lesionados a causa de la contención física y en ocasiones torturados. Las consecuencias de este modelo de reeducación son graves, hay constancia de las incesantes autolesiones e intentos de suicidio que en algunos casos han derivado en muerte (no olvidamos a Hamid, David y Saray).

La mayoría de estos centros (el 85 por ciento) son gestionados por entidades privadas; esto significa que como empresas velan por sus intereses económicos. Desde la administración de los centros se intenta alargar la tutela de los chavales ya que cada plaza ocupada genera ingresos (entre 3000 y 5000 euros mensuales por menor). Claramente estamos hablando de un negocio y la mercancía son los menores en situación de desamparo; que la vida esté en venta no es nada nuevo: quien puede pagar, paga, y quien no, como es el caso, genera dinero entre rejas.
Las farmacéuticas también sacan rentabilidad de los menores basándose en una hipótesis: el chaval no está afectado porque su vida es difícil y su entorno es una mierda sino porque, a pesar de que no existe estudio a día de hoy que verifique este tipo de argumentos, tiene una enfermedad de origen neurobiológico (como es el caso de la hiperactividad). Así se justifica que un chaval pueda estar consumiendo pastillas largas temporadas sin ningún tipo de seguimiento.

Desgraciadamente el encierro de menores se da a lo largo y ancho del país y vienen a seguir patrones muy parecidos. Algunos de estos centros han conseguido cerrarse, lo que ha supuesto una victoria por la dignidad y libertad de las personas.