A ambos lados del muro. Patxi Zamoro. 243 paginas. Edita: Txalaparta.
Patxi Zamoro, detenido tras un intento de atraco a principios de los ochenta, fue el primer preso al que se aplicó el régimen especial FIES. Pasó los 18 años de su vida en cautiverio en un empeño loco y heroico, terco e incansable, por huir de sus captores. Lo intentó de todas las formas posibles y comprobó cómo a cada huida le seguía un encierro con más candados, más saña y más venganza. Zamoro narra en este libro los pormenores de esa batalla librada contra las instituciones penitenciarias, al tiempo que nos exhorta a quienes estamos a “este lado del muro” a reflexionar sobre un sistema que utiliza la cárcel como un revólver que apunta a la sien de cualquier ciudadano; una gran celda de castigo, un submundo donde el ansia de libertad es lo único que puede llevar al preso algo de calma y esperanza.

Cárcel modelo: cien años bastan. La cárcel modelo de Barcelona. 1904-2004. 95 páginas.
La memoria que aquí presentamos de la cárcel Modelo de Barcelona en su 100 aniversario no tiene otro objetivo que alentar a su destrucción y estimular la realización de la vieja aspiración de una ciudad sin cárceles. En contra de la construcción de nuevas prisiones de esta forma los que aún en parte nos gobiernan pretenden atajar la absurda espiral más delito, más cárceles, más delitos- damos en esta memorias razones para no levantarlas. Y la primera razón es la historia misma de esta cárcel Modelo, la prisión celular de Barcelona, a lo largo de sus 100 años. Ver cómo la más degradante humillación se lleva a cabo, día a día, con toda normalidad en este lugar panóptico durante todos y cada uno de estos años, baste quizá para llegar a tal conclusión. En estas páginas añadimos más razones, a las que sin duda vosotros añadiréis otras.
Con todo, en esta memoria nos hemos querido fijar, no tanto en la huella destructora de la coerción carcelaria, sino en los actos de su rechazo por parte del preso; hemos querido insistir más en una historia de la libertad que de la represión. De ella hablamos evidentemente también como soporte que explica aquella libertad y como razón de nuestro ya mencionado rechazo a la cárcel, pero nos importa aquí anotar aquella rebeldía, la expresión de la libertad, relatar los plantes, las fugas, los motines, ...todas las formas de lucha -como fuera de la cárcel pueden ser las huelgas. las ocupaciones,... - que los mismos presos han protagonizado. Romper los muros de las prisiones es su tarea y la nuestra.

Huye, hombre, huye. Diario de un preso FIES. Xosé Tarrío González. 356 páginas. Edita: Virus.
El sendero que conduce a Xosé Tarrío a la prisión es calcado al de la mayoría de la población recluso; sin embargo, su caso destaca por tratarse de un preso que no se ha resignado a sufrir y observar impasible las numerosas injusticias de las que se nutre la vida de la prisión, lo que le ha costado la acumulación de numerosas condenas obsesiva bajo la etiqueta FIES (Fichero de Internos de Especial Seguimiento).
Huye, hombre, huye es mucho más que un diario de prisión, es una denuncia descarnada, día a día, de los acontecimientos que han marcado la realidad de la prisión durante el gobierno PSOE, y que vienen a demostrar que, si hay un lugar donde sigue reinando la arbitrariedad y donde conceptos tales como democracia y derechos humanos siguen siendo absolutamente desconocidos, este lugar son las prisiones españolas.
Xosé Tarrío destapa con su relató el engaño a voces de la cárcel como institución supuestamente resocializadora; nos permite comprender el proceso que convierte a algunas personas en bestias dentro de la prisión; y nos señala permanentemente con el dedo acusador, a toda la sociedad, por nuestra responsabilidad común en la persistencia del submundo carcelario.
Xosé Tarrío González nace en 1968 en La Coruña, en el seno de una familia humilde; a los once años es ingresado en un internado, por problemas familiares, de donde se escapa dos veces; a los catorce años empieza a realizar pequeños robos que le conducen una docena de veces al reformatorio coruñés de Palavea, de donde huye en las doce ocasiones, y finalmente, por orden judicial, al Reformatorio Especial de Tratamiento y Orientación, donde debe permanecer hasta los dieciséis años. Con posterioridad sigue en la dinámica de robos y detenciones —la familia entretanto ha emigrado a Suiza por motivos económicos—, con sus respectivos pasos por prisión, a la que se une ahora la entrada en el submundo de la droga a sus diecisiete años. A los diecinueve años entra en prisión a cumplir una condena de dos años y medio de cárcel, que las circunstancias —que se relatan en el presente libro— acabarían convirtiendo en 71 años firmes y en peticiones que superan los 100 años de cárcel en la actualidad.

Michel Todavía suspiro. Una historia más. Sergio Sampedro Espinosa. 162 páginas. Edita: Klinamen.
Todo mi cuerpo está lleno de venganza, por supuesto justificada, no sólo por lo que me han hecho a mí, sino por lo que han hecho a mis compañeros y las vidas que se han llevado, -¿si llegaras a visionar alguno de mis pensamientos?-, yo no olvido ni perdono, lo que me han robado, la inocencia, la juventud, la libertad en el más amplio sentido de la palabra, es difícil perdonar cuando te roban todo eso.
Cuando me encontraba en situación de aislamiento y tortura sistemática me desahogaba escribiendo, proclamando mi dignidad (y la de mis compañeros), mi lucha, exteriorizando mi AMOR. Nunca dejé que el amor por las cosas y las personas se acabara, eso habría sido mi perdición. No me dominaba el odio a pesar de que tenía para dar y regalar, al final realicé, juntando todos los poemas, un manuscrito que titule suspiros.

Odio las mañanas. Jean-Marc Rouillan. 208 páginas. Edita: Llaüt.
«Escribo para no reventar, por temor a la muerte lenta y a la gangrena de la amnesia, en la que se pudre toda una generación. [...] Escribo mientras noto cómo me sube por dentro la bomba de explosión retardada de estos años de soledad. [...] Escribo porque todavía no se me ha ocurrido nada mejor para matar definitivamente las mañanas carcelarias. O porque no he tenido valor para hacerlo. Escribo para que esas mañanas sin vida se encarcelen y se hundan en el dolor de las palabras y de su frágil arquitectura.»

Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Michel Foucault. 339 páginas.
En 1757, el regicida Damiens fue ejecutado públicamente. Medio siglo después, esta “tecnología de castigo” fue sustituida por la del encierro en prisiones oscuras, agujeros de piedra deprimentes capaces de volver loco a cualquiera. La tecnología de castigo “monárquica”, la de la ejecución pública, consiste en la represión de la población mediante ejecuciones públicas y tortura. La segunda, la del “castigo disciplinario”, es la forma de represión – que al igual que la anterior busca extender el miedo -, que le da a los “profesionales” (psicólogos/as, jueces, guardias, etc.) poder sobre el/la preso/a: la duración de la estancia depende de la opinión de los profesionales.
La sociedad actual sigue aplicando el castigo disciplinario ejemplificador, pero de una forma más complicada, ya que son demandados por nosotros/as mismos/as, por el conjunto de la población. Foucault compara la sociedad moderna con las prisiones con estructura panóptica diseñadas por el filósofo utilitarista Jeremy Bentham: en ellas, un solo guardia, que no puede ser visto, puede vigilar a muchos/as presos/as desde una posición elevada. Finalmente, los/as presos/as se comportan en todo momento como si les estuvieran observando, sin llegar a saber jamás si eso está efectivamente ocurriendo o no. Y lo mismo ocurre en nuestra sociedad. El oscuro calabozo de la pre-modernidad ha sido reemplazado por la moderna prisión brillante, pero Foucault advierte que “la visibilidad es una trampa“. A través de esta óptica de vigilancia, dice, la sociedad moderna ejercita sus sistemas de control de poder y conocimiento. El autor sugiere que en todos los planos de la sociedad moderna existe un tipo de “prisión continua”, desde las cárceles de máxima seguridad, las labores de trabajadores/as sociales, la policía y maestros/as, hasta nuestro trabajo diario y vida cotidiana. Todo está conectado mediante la vigilancia (deliberada o no) de unos seres humanos por otros, en busca de una ‘normalización’ generalizada.